Lo mal que estoy y lo poco que me quejo

Lo que hablo, y lo poco que digo. Yo amo el silencio, pero callarse es tan difícil como dejar de moverse. Aquí no se callan ni las paredes blancas de las casas. Ellas me hablan del paso del tiempo y de la alegría de tener trabajo hasta los domingos. Por eso evito mirarlas directamente las mañanas soleadas. Me hacen sentir tan holgazán como soy. Holgazán como para estar sorprendido de estar despierto un sábado antes de las 10 de la mañana. Pero es que el perfume a café de los sábados me hace despertar creyendo siempre que estoy en otra cama. Y soy feliz hasta que me entra el hambre. Un buen rato, en cualquier caso. El vecino de arriba acaba de darme los buenos días con el quejido que ha hecho su ventana al levantarse. Con una tos ronca y breve me ha contado sus hazañas de anoche, y yo opino como él: Ir a los bares debería ser obligatorio como ir al instituto. Yo todavía no he abierto la boca ni para bostezar. Mi corazón reparte vibraciones por el colchón, que a su vez las hace llegar hasta el cabecero de madera, este último da golpes en la pared. Esto debe de ser lo que se conoce como “Boca a boca”; al menos en alguna de sus vertientes. Todos sabemos cuál es el problema del “boca a boca”, así que el mensaje no es nada claro. Además nunca terminé de entender bien el código morse. Aun así, creo que sé a qué puede referirse. Igual que creo entender a qué se refieren los cortes que llevo en las manos, las llagas en los pies, el dolor en la cabeza… Creo que entiendo lo que intenta sugerir esa sombra despeinada que repite mis gestos como un niño hijo de puta, o simplemente aburrido. Yo amo el silencio, y lo peor es que ya lo he dicho dos veces. El problema es lo arduo que me resulta dejar de temblar y permanecer quieto. Y callarse es tan difícil como dejar de moverse. Así que ya no sé qué cosas he dicho, y sobre todo no sé qué cosas has entendido. Y esa es una sensación tan dulce…

De momento solo pienso que la historia existe si se cuenta, que el universo quizás empezó así. Y me queda la tranquilidad de que el silencio y el cero, cuanto menos, son primos hermanos. De momento me quedo pensando en las otras vertientes posibles del “boca a boca”. Puedes llamarlo bilingüismo. Y me quedo con la intención de no hacer ningún tipo de caso a lo que quiera decirme el espejo cuando empiece a gritarme al entrar al aseo.

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