M.A.SH.

Sugiero que extrapolemos, nuevamente, por el bien de la humanidad. Aunque esta vez no sea por el bien tecnológico, será al menos por el placer ético, ideológico, poético e intestinal de muchos. Por ejemplo: De las arañas aprendimos a hacer mosquiteras, de las ranas conseguimos las aletas de buceo, de los colmillos de las serpientes surgen las agujas hipodérmicas, e incluso el Shinkansen (el tren bala japonés) debe su fisionomía al pico del Martín Pescador en su intento de ser sutil a altas velocidades. Ahora sugiero, sin pragmatismos, que hagamos nuestro el más interesante capricho de las palomas. Y no me refiero al de pasar la vida picoteando las migajas de los parques o las sobras de los restaurantes de comida rápida de Londres. Me refiero al capricho que tienen con la coronilla de algunas estatuas.

Sugiero, pues, que todos aquellos que tengan algo en contra de los hombres (hombres de negocios, de fe, de estado, de mundo, de pelo en pecho, de palabra, de pocas palabras, de letras, de bien, de provecho, e incluso contra el hombre del saco) se acomoden sobre el busto impasible de la estatua que más odien, o que más cerca tengan, y realicen el acto dúplice de exonerar y colmar el ser sobre los símbolos que ocupan el espacio público. Teniendo en cuenta que las mujeres también estarían recogidas en el concepto “hombre”, y que siguiendo con las extrapolaciones podríamos decir que la política es una estatua del poder, cagar coronillas podría ser una bonita representación de lo que llevamos tragado. Podríamos decir, a modo de lo que proponía Seguros Ocaso: “Esta es la representación de tu gran obra: tu vida”. Y la mierda (igual que a nosotros por confiar en seguros como ese, en la burocracia y en otros monstruos nocturnos) les llegaría hasta el cuello.

Al fin y al cabo, ya solo les queda decir que la culpa es nuestra por tener el vicio, o al menos la mala costumbre, de comer todos los días.

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