La première fois

Acabo de volver. He estado en una fiesta. Parecida a la de la noche que vendrá, pero surrealizada (como este participio). La música sonaba en lo alto de la montaña. A la montaña se subía por diferentes escaleras o por la rampa para minusválidos o discapacitados (lo que menos ofensivo resulte) que caracoleaba hasta la pista de baile. Se bajaba por los mismos sitios, aunque he visto a gente caer y convertirse en un gorila blanco de dimensiones ancestrales mientras tanto. Los he visto caer, golpearse en el pico del techo de una gasolinera que por caprichos divinos (o algo que se le parece) se situaba entre las rocas, e ir a parar con el hombro contra la barandilla. Luego volver a ser hombre, mi tío en concreto, y subir otra vez a la fiesta cojeando de un brazo. He visto llover hasta que el ruido de las gotas de agua contra la capucha hacía imperceptible la música, pero bailábamos con el sonido que inundaba nuestras orejas independientemente de su lugar de origen, raza, edad, estudios, religión, postura política, tendencia sexual o tendencias sexuales, gustos literarios, color preferido, etc. Bailábamos hasta el siguiente capítulo. Y en el siguiente capítulo el sol pegaba fuerte mientras subíamos las mismas escaleras hacia la misma fiesta. O volvíamos a tu casa extrañamente cargados de libros, un pliegue de papel, y una carta. Yo picaba algo, concretamente un imperdible. Y tenía una pelea ridícula con un tío de pies grandes como mi cabeza, y con el mismo equilibrio que una pelota. Mi lado izquierdo le dejaba despellejadas las rodillas, y seguíamos andando hasta un ascensor para dos personas que llevaba hasta tu salón. Allí, un conocido nuestro esperaba a una novia que no era lo que esperaba, y nosotros seguíamos celebrando nuestra fiesta: esta vez con los vecinos de la casa de enfrente. Y bailábamos nuevamente hasta el siguiente capítulo. Donde se nos llenaba la casa de gatos, y otras cosas de las que no quiero acordarme. Y así sucesivamente. Y viceversa. Y yo también.

Pero ahora todo son prisas por quitarme unos años de la cara. Y vestirme como un crítico para asistir a un funeral, a un bautizo y a todas las primeras veces; de las que disfrutaremos independientemente de su lugar de origen, raza, edad, estudios, religión, postura política, tendencia sexual o tendencias sexuales, gustos literarios, color preferido, etc. Por ejemplo; de escribir en diciembre, aunque sea mal y tarde.

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